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[Hola! Me llamo Marco González, soy estudiante de tercer año de Arte y Cultura Visual en la universidad Arcis. Para ser honesto, estoy haciendo esto como un proyecto escrito para la universidad y elegí presentarlo en formato de blog por su versatilidad, accesibilidad y cercanía con el público general. Y esperaba que pudieran ayudarme! La idea es publicar una serie de textos sobre arte y luego recopilar todas las opiniones vertidas sobre el tema, sin filtro, y armar una especie de librillo con todo el material. El tema que estoy tratando es la cercanía entre el arte y el espectador, por lo que si les interesa y quieren opinar, son bienvenidos (y se agradece un montón!)]
[ En deviantart, por si prefieren escribir aquí ]
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[Hola! Me llamo Marco González, soy estudiante de tercer año de Arte y Cultura Visual en la universidad Arcis. Para ser honesto, estoy haciendo esto como un proyecto escrito para la universidad y elegí presentarlo en formato de blog por su versatilidad, accesibilidad y cercanía con el público general. Y esperaba que pudieran ayudarme! La idea es publicar una serie de textos sobre arte y luego recopilar todas las opiniones vertidas sobre el tema, sin filtro, y armar una especie de librillo con todo el material. El tema que estoy tratando es la cercanía entre el arte y el espectador, por lo que si les interesa y quieren opinar, son bienvenidos (y se agradece un montón!)]
[ En deviantart, por si prefieren escribir aquí ]
En la
publicación anterior abrimos algunas interrogantes en torno a la cercanía (o
bien en torno a la distancia) que existe entre el arte y el espectador.
Hablamos también, en rasgos generales, sobre posibles causas y consecuencias
que rápidamente derivan de este tema. A modo de apertura, quiero rescatar de
los comentarios fragmentos como “el arte
se presenta al público desde un pedestal que lo aleja de su naturaleza básica,
que es expresar y llegar a todos” o que “estamos en una época donde las obras artísticas están siendo ignoradas
por el espectador, porque éste está encerrado entre las únicas opciones que
ofrecen los medios”, entre otros. Empiezo lanzando estas dos afirmaciones
porque por un lado nos hablan de lo mismo y atacan al mismo problema de fondo,
pero por otro lado dan la posibilidad de ramificar el tema principal en
distintas direcciones, sin que las conclusiones obtenibles resulten opuestas.
Los
pedestales se han usado largamente en ámbitos religiosos o ceremoniales, en
metáforas de la vida cotidiana y, por supuesto, en el arte mismo. Y en todos
los casos actúa como un segregador, una forma de decir “yo estoy acá, y tu allá
lejos”. A diferencia de otros elementos con funciones parecidas, como el
biombo, la vitrina o la celosía, el pedestal añade un cierto aire de
superioridad a lo que sea que soporte. Es decir, si el arte se presenta ante el
público desde un pedestal, el espectador queda privado naturalmente de ser
parte de la obra. Muchas veces se tiende a generar una distancia virtual que
eleva a la obra hasta un punto trascendental, se le exigen milagros y luego se
celebran aun cuando no llegan o cuando el efecto recibido difiere del esperado
o incluso cuando ese efecto no es comprendido. ¿Pero quién impone este
pedestal? Podría ser el artista o la comunidad de artistas, si es que se
esfuerza por alejarse tanto como le sea posible de todo lo que no tiene que ver
con arte harta el punto de cortar la conexión con la comprensión colectiva de
su producción. Podría ser el espectador mismo, que al no comprender de
inmediato una obra o, producto de su falta de interés, se aleja de ella o la
ignora. O bien, armando un consenso con las afirmaciones anteriores, podemos
culpar a las instituciones y medios que juzgan y muestran las obras.
Personalmente me gusta más esta última opción, ya que las otras dos parecen muy
flojas al ser demasiado circunstanciales (esto no quiere decir que no exista
cierta circunstancialidad en los espacios de exposición, pero sí define a los
más influyentes y a los que se apegan a su criterio).
Se ha habló
mucho durante el siglo pasado del arte y la vida, de la vinculación y el
respaldo que debía existir entre ambos. Desde los más variados campos del arte
se ofrecían distintas soluciones para esta problemática. El muralismo mexicano,
por ejemplo, con su arte sindicalista, público y muy político, se enfocaba en
plasmar de manera cruda y pregnante las imágenes vistas desde la perspectiva
del proletariado, además de reforzar su labor mural con revistas periódicas y
asambleas. Todo esto con el fin de identificar a los grupos que representaban
mediante una estética y una postura frente al mundo propias. Donde falló (falló
en el sentido de no poder perpetuarse), probablemente, fue en su incapacidad de
incluir verdaderamente a los grupos ajenos a los problemas que planteaban.
Extracto de
De la dictadura de Porfirio Díaz a la
Revolución,
(1957-1965),
de Siqueiros.
En el otro
extremo podríamos localizar el conceptualismo de Camnitzer o parte de la obra
de Marta Minujín, que plantean utilizar recursos propios del arte e integrar un
sistema de referencias reconocibles para así informar, educar o hacer partícipe
al espectador.
Esto es un espejo,
usted es una frase escrita, 1966,
de Luis Camnitzer.
El Partenón de libros,
1983, de Marta Minujín.
Pero creo
(y me parece, al menos según los comentarios en la publicación anterior, que
coincidirán conmigo) que la distancia entre el arte y el espectador va más allá
del contenido y de la forma, o al menos no recae únicamente en eso. El medio a
través del cual se presenta una obra (o el medio que la presenta) y las reglas,
explícitas o implícitas, de dicho medio tienen un rol fundamental. De partida,
definen, al menos para el público masivo, lo que es arte y lo que no. Solamente
ahí ya tenemos un filtro importante. Por ahora no quiero meterme demasiado con
ese punto, pero para no dejarlo tan abierto cito unas líneas del glosario del
“Manual de estilo del arte contemporáneo” (2006) de Pablo Helguera:
Entiéndese como arte todo aquello que un
artista consiga que alguien con influencia
en el MA admita como arte, o que alguien fuera de este medio denuncie diciendo que no es arte.
El punto al
que sí me iba a referir es a la solemnidad más o menos variable que ofrecen los
distintos espacios de exposición. ¿Qué define que en un salón se pueda
interactuar (dígase tocar, mover, entrar, escribir, o lo que sea) con la obra o
que se imponga una rigidez que no permita ni acercarse más allá de las
barandas? ¿Qué impide, o qué permite o invita al espectador hacer o a sólo
mirar? No es que haya grandes carteles ni un equipo de gente dando
instrucciones. Parte de la invitación viene de la obra, de su naturaleza. Otro
tanto viene de la curiosidad y de la intención propia del espectador. Y el
resto, claramente, viene del espacio en que ambos se encuentran. Ahora mismo no
recuerdo bien dónde lo leí, pero salía descrita una situación que servía muy
bien para ejemplificar esto: Imaginemos que entramos a un espacio, sea museo,
galería, o cualquier otro, y somos testigos de una performance llevada a cabo
por una mujer que, desnuda en frente de todos, se ofrece para tener sexo ahí
mismo como parte del acto. Lo más lógico, probablemente por factores
culturales, sería que nadie lo tome en serio, que no nos salgamos de nuestro
papel de espectadores. Pero, ¿qué pasa en el momento en que un espectador
avivado le quiere tomar la palabra a la artista? En ese momento aparecen los
guardias o el personal a cargo para detenerlo y hacerle entender que hay
razones de la A a la Z para no dejarlo hacer eso (y que sólo Hermann Nitsch puede hacer algo así y que parezca legal). Quizás en un espacio muy alternativo
podrían dejarlo y, después de un rato, cada nueva persona que entra estaría
presenciando una orgía creciente. Si bien este puede ser un ejemplo muy
extremista, me sirve para dejar claro lo que quiero decir.
Hay una
obra muy interesante del artista Carlos Collado, expuesta actualmente en el DHUB-Museo
de Cerámica de Barcelona bajo el título de Contemplatio, que trata de la
distancia o la cercanía que tienen las personas con las obras al verse
enfrentados a ellas. Lo que más destaco de su obra es que entiende y se da el
tiempo de mostrar que enfrentarse a una obra, por muy universales que sean los
significantes de ésta, es un momento personal. La contemplación de una obra es
una experiencia que nunca es igual en dos espectadores.
La curiosidad,
la calma, la intimidad o el agotamiento son algunas de las muchas reacciones que se viven en un
museo, así como la sensación de que, en momentos
de contemplación, las persones se olvidan de las preocupaciones y los miedos cotidianos, comenta
Carlos Collado sobre su muestra.
Otro de los factores
que completa esta propuesta es que el artista, luego de tomar las fotografías,
las comparte con los fotografiados y les explica lo que hace, generando así un
vínculo que trasciende los roles y abatiendo la figura del artista como creador
místico y lejano, y de paso constituye precedentes que ayudan a comprender la
función de las instituciones. Comenta también Collado, con respecto a una
muestra anterior:
Me
conmueve observar a la gente mirando algo o a alguien. Quizá porque me identifico con la persona que se detiene a
contemplar lo que llama su atención. Es en
la actitud de observar lo desconocido y seguirlo con la mirada donde me parece ver al individuo tal como es, despojado de
sus corazas emocionales y vestiduras identitarias.
(Fuente de las imágenes, citas e información, cortesía de El dado del arte )
Me parece que acercamientos de este
tipo (si bien no son la única forma de aproximar al espectador hacia el arte o
hacia los espacios de arte), pueden ser, más allá de su sentido estético o
sensible, muy prácticos. Por un lado despejan dudas y desarman mitos que
existen en torno al arte y a los productores, y por otro dan cuenta de la
experiencia real que existe frente al arte, más allá de la teoría.
Antes de terminar, quisiera citar un
texto que, más que poner un punto final, presenta la tercera bisagra del
problema de la cercanía entre el arte y el espectador (en la publicación
anterior y en parte de esta hablamos de la importancia de la conciencia del
artista hacia el público y las masas; ya mencionamos el rol que las
instituciones deben asumir al presentarse como lugares de encuentro y de
contemplación). A pesar de que creo firmemente en que el espectador no debería
tener como requisito el saber de arte para poder entender o apreciar una obra
(al menos no en su totalidad), sí me parece válida la idea de una educación del
espectador que lo ayude a acercarse a una obra. Ana María Rabe trata sobre esto,
haciendo nexos reconocibles y que facilitan, si no la lectura, por lo menos el
acercamiento a la obra de arte:
El que se acerca a una obra / a una persona
desde una perspectiva preestablecida, se
cierra el camino hacia su potencial más íntimo. Pronto creerá haberla captado,
y con ello deja escapar la oportunidad
de la doble re-creación: la de re-crear, por un lado, la obra / a la otra
persona, y la de re-crearse, por otro lado, a sí mismo. En cambio se gana mucho, cuando se buscan los múltiples lazos
que pueda haber entre las obras de
arte / las personas y el mundo. (Ana María Rabe, Revista de Filosofía de la Universidad Complutense de
Madrid, Vol. 30 Núm. I, 145)
Algunas
preguntas para los lectores:
-
¿Cuál
es o cuál debería ser la función de las instituciones (museos, galerías,
salones, comités, etc)? ¿Cuál o cuáles deberían ser sus políticas sobre los
visitantes?
-
¿Hasta qué punto o en qué medida debe cada parte
(artista/institución/espectador) contribuir a la experiencia
expositiva/contemplativa?
-
¿Qué define la extensión que alcanza una obra
(ya sea antes, durante o después de ser expuesta ante el público)? ¿Qué
determina su trascendencia?
Nuevamente, espero que les haya gustado. Me gustaría conocer sus opiniones
sobre el tema, independientemente de si responden a las respuestas o quieren
aportar con otra idea que tengan en mente.
¡Gracias por leer y comentar!