lunes, 3 de diciembre de 2012

Sobre el arte y el espectador (II)

.
.
.
.
.
[Hola! Me llamo Marco González, soy estudiante de tercer año de Arte y Cultura Visual en la universidad Arcis. Para ser honesto, estoy haciendo esto como un proyecto escrito para la universidad y elegí presentarlo en formato de blog por su versatilidad, accesibilidad y cercanía con el público general. Y esperaba que pudieran ayudarme! La idea es publicar una serie de textos sobre arte y luego recopilar todas las opiniones vertidas sobre el tema, sin filtro, y armar una especie de librillo con todo el material. El tema que estoy tratando es la cercanía entre el arte y el espectador, por lo que si les interesa y quieren opinar, son bienvenidos (y se agradece un montón!)]

[ En deviantart, por si prefieren escribir aquí ]


            En la publicación anterior abrimos algunas interrogantes en torno a la cercanía (o bien en torno a la distancia) que existe entre el arte y el espectador. Hablamos también, en rasgos generales, sobre posibles causas y consecuencias que rápidamente derivan de este tema. A modo de apertura, quiero rescatar de los comentarios fragmentos como “el arte se presenta al público desde un pedestal que lo aleja de su naturaleza básica, que es expresar y llegar a todos” o que “estamos en una época donde las obras artísticas están siendo ignoradas por el espectador, porque éste está encerrado entre las únicas opciones que ofrecen los medios”, entre otros. Empiezo lanzando estas dos afirmaciones porque por un lado nos hablan de lo mismo y atacan al mismo problema de fondo, pero por otro lado dan la posibilidad de ramificar el tema principal en distintas direcciones, sin que las conclusiones obtenibles resulten opuestas.
            Los pedestales se han usado largamente en ámbitos religiosos o ceremoniales, en metáforas de la vida cotidiana y, por supuesto, en el arte mismo. Y en todos los casos actúa como un segregador, una forma de decir “yo estoy acá, y tu allá lejos”. A diferencia de otros elementos con funciones parecidas, como el biombo, la vitrina o la celosía, el pedestal añade un cierto aire de superioridad a lo que sea que soporte. Es decir, si el arte se presenta ante el público desde un pedestal, el espectador queda privado naturalmente de ser parte de la obra. Muchas veces se tiende a generar una distancia virtual que eleva a la obra hasta un punto trascendental, se le exigen milagros y luego se celebran aun cuando no llegan o cuando el efecto recibido difiere del esperado o incluso cuando ese efecto no es comprendido. ¿Pero quién impone este pedestal? Podría ser el artista o la comunidad de artistas, si es que se esfuerza por alejarse tanto como le sea posible de todo lo que no tiene que ver con arte harta el punto de cortar la conexión con la comprensión colectiva de su producción. Podría ser el espectador mismo, que al no comprender de inmediato una obra o, producto de su falta de interés, se aleja de ella o la ignora. O bien, armando un consenso con las afirmaciones anteriores, podemos culpar a las instituciones y medios que juzgan y muestran las obras. Personalmente me gusta más esta última opción, ya que las otras dos parecen muy flojas al ser demasiado circunstanciales (esto no quiere decir que no exista cierta circunstancialidad en los espacios de exposición, pero sí define a los más influyentes y a los que se apegan a su criterio).
            Se ha habló mucho durante el siglo pasado del arte y la vida, de la vinculación y el respaldo que debía existir entre ambos. Desde los más variados campos del arte se ofrecían distintas soluciones para esta problemática. El muralismo mexicano, por ejemplo, con su arte sindicalista, público y muy político, se enfocaba en plasmar de manera cruda y pregnante las imágenes vistas desde la perspectiva del proletariado, además de reforzar su labor mural con revistas periódicas y asambleas. Todo esto con el fin de identificar a los grupos que representaban mediante una estética y una postura frente al mundo propias. Donde falló (falló en el sentido de no poder perpetuarse), probablemente, fue en su incapacidad de incluir verdaderamente a los grupos ajenos a los problemas que planteaban.

           
            Extracto de De la dictadura de Porfirio Díaz a la Revolución,
            (1957-1965), de Siqueiros.

            En el otro extremo podríamos localizar el conceptualismo de Camnitzer o parte de la obra de Marta Minujín, que plantean utilizar recursos propios del arte e integrar un sistema de referencias reconocibles para así informar, educar o hacer partícipe al espectador.


 
           
Esto es un espejo, usted es una frase escrita, 1966,
de Luis Camnitzer.


El Partenón de libros, 1983, de Marta Minujín.

            Pero creo (y me parece, al menos según los comentarios en la publicación anterior, que coincidirán conmigo) que la distancia entre el arte y el espectador va más allá del contenido y de la forma, o al menos no recae únicamente en eso. El medio a través del cual se presenta una obra (o el medio que la presenta) y las reglas, explícitas o implícitas, de dicho medio tienen un rol fundamental. De partida, definen, al menos para el público masivo, lo que es arte y lo que no. Solamente ahí ya tenemos un filtro importante. Por ahora no quiero meterme demasiado con ese punto, pero para no dejarlo tan abierto cito unas líneas del glosario del “Manual de estilo del arte contemporáneo” (2006) de Pablo Helguera:

            Entiéndese como arte todo aquello que un artista consiga que alguien con influencia en el MA admita como arte, o que alguien fuera de este medio denuncie diciendo que no es arte.

            El punto al que sí me iba a referir es a la solemnidad más o menos variable que ofrecen los distintos espacios de exposición. ¿Qué define que en un salón se pueda interactuar (dígase tocar, mover, entrar, escribir, o lo que sea) con la obra o que se imponga una rigidez que no permita ni acercarse más allá de las barandas? ¿Qué impide, o qué permite o invita al espectador hacer o a sólo mirar? No es que haya grandes carteles ni un equipo de gente dando instrucciones. Parte de la invitación viene de la obra, de su naturaleza. Otro tanto viene de la curiosidad y de la intención propia del espectador. Y el resto, claramente, viene del espacio en que ambos se encuentran. Ahora mismo no recuerdo bien dónde lo leí, pero salía descrita una situación que servía muy bien para ejemplificar esto: Imaginemos que entramos a un espacio, sea museo, galería, o cualquier otro, y somos testigos de una performance llevada a cabo por una mujer que, desnuda en frente de todos, se ofrece para tener sexo ahí mismo como parte del acto. Lo más lógico, probablemente por factores culturales, sería que nadie lo tome en serio, que no nos salgamos de nuestro papel de espectadores. Pero, ¿qué pasa en el momento en que un espectador avivado le quiere tomar la palabra a la artista? En ese momento aparecen los guardias o el personal a cargo para detenerlo y hacerle entender que hay razones de la A a la Z para no dejarlo hacer eso (y que sólo Hermann Nitsch puede hacer algo así y que parezca legal). Quizás en un espacio muy alternativo podrían dejarlo y, después de un rato, cada nueva persona que entra estaría presenciando una orgía creciente. Si bien este puede ser un ejemplo muy extremista, me sirve para dejar claro lo que quiero decir.  
            Hay una obra muy interesante del artista Carlos Collado, expuesta actualmente en el DHUB-Museo de Cerámica de Barcelona bajo el título de Contemplatio, que trata de la distancia o la cercanía que tienen las personas con las obras al verse enfrentados a ellas. Lo que más destaco de su obra es que entiende y se da el tiempo de mostrar que enfrentarse a una obra, por muy universales que sean los significantes de ésta, es un momento personal. La contemplación de una obra es una experiencia que nunca es igual en dos espectadores.

 


            La curiosidad, la calma, la intimidad o el agotamiento son algunas de las muchas reacciones que se viven en un museo, así como la sensación de que, en momentos de contemplación, las persones se olvidan de las preocupaciones y los miedos cotidianos, comenta Carlos Collado sobre su muestra.


            Otro de los factores que completa esta propuesta es que el artista, luego de tomar las fotografías, las comparte con los fotografiados y les explica lo que hace, generando así un vínculo que trasciende los roles y abatiendo la figura del artista como creador místico y lejano, y de paso constituye precedentes que ayudan a comprender la función de las instituciones. Comenta también Collado, con respecto a una muestra anterior:

            Me conmueve observar a la gente mirando algo o a alguien. Quizá porque me identifico con la persona que se detiene a contemplar lo que llama su atención. Es en la actitud de observar lo desconocido y seguirlo con la mirada donde me parece ver al individuo tal como es, despojado de sus corazas emocionales y vestiduras identitarias.
            (Fuente de las imágenes, citas e información, cortesía de El dado del arte )

            Me parece que acercamientos de este tipo (si bien no son la única forma de aproximar al espectador hacia el arte o hacia los espacios de arte), pueden ser, más allá de su sentido estético o sensible, muy prácticos. Por un lado despejan dudas y desarman mitos que existen en torno al arte y a los productores, y por otro dan cuenta de la experiencia real que existe frente al arte, más allá de la teoría.
            Antes de terminar, quisiera citar un texto que, más que poner un punto final, presenta la tercera bisagra del problema de la cercanía entre el arte y el espectador (en la publicación anterior y en parte de esta hablamos de la importancia de la conciencia del artista hacia el público y las masas; ya mencionamos el rol que las instituciones deben asumir al presentarse como lugares de encuentro y de contemplación). A pesar de que creo firmemente en que el espectador no debería tener como requisito el saber de arte para poder entender o apreciar una obra (al menos no en su totalidad), sí me parece válida la idea de una educación del espectador que lo ayude a acercarse a una obra. Ana María Rabe trata sobre esto, haciendo nexos reconocibles y que facilitan, si no la lectura, por lo menos el acercamiento a la obra de arte:

            El que se acerca a una obra / a una persona desde una perspectiva preestablecida, se cierra el camino hacia su potencial más íntimo. Pronto creerá haberla captado, y   con ello deja escapar la oportunidad de la doble re-creación: la de re-crear, por un lado, la obra / a la otra persona, y la de re-crearse, por otro lado, a sí mismo. En cambio se gana mucho, cuando se buscan los múltiples lazos que pueda haber entre las obras de arte / las personas y el mundo. (Ana María Rabe, Revista de   Filosofía de la Universidad Complutense de Madrid, Vol. 30 Núm. I, 145)


Algunas preguntas para los lectores:

-         ¿Cuál es o cuál debería ser la función de las instituciones (museos, galerías, salones, comités, etc)? ¿Cuál o cuáles deberían ser sus políticas sobre los visitantes?
-         ¿Hasta qué punto o en qué medida debe cada parte (artista/institución/espectador) contribuir a la experiencia expositiva/contemplativa?
-         ¿Qué define la extensión que alcanza una obra (ya sea antes, durante o después de ser expuesta ante el público)? ¿Qué determina su trascendencia?



Nuevamente, espero que les haya gustado. Me gustaría conocer sus opiniones sobre el tema, independientemente de si responden a las respuestas o quieren aportar con otra idea que tengan en mente.
¡Gracias por leer y comentar!



domingo, 18 de noviembre de 2012

Sobre el arte y el espectador (I)

.
.
.
.
.
[Hola! Me llamo Marco González, soy estudiante de tercer año de Arte y Cultura Visual en la universidad Arcis. Para ser honesto, estoy haciendo esto como un proyecto escrito para la universidad y elegí presentarlo en formato de blog por su versatilidad, accesibilidad y cercanía con el público general. Y esperaba que pudieran ayudarme! La idea es publicar una serie de textos sobre arte y luego recopilar todas las opiniones vertidas sobre el tema, sin filtro, y armar una especie de librillo con todo el material. El tema que estoy tratando es la cercanía entre el arte y el espectador, por lo que si les interesa y quieren opinar, son bienvenidos (y se agradece un montón!)]







A lo largo de la historia el arte, como regla general, ha pertenecido y sido manejado por grupos minoritarios. Pero si bien la producción misma del arte, ya sea por talento o interés, ha quedado en manos de círculos reducidos, las obras resultantes han sido siempre una "fuente" para el resto de la población. ¿Una fuente de qué? No podemos sintetizarlo en sólo una idea, pero sí podemos mencionar algunas a modo de ejemplo, con el fin de aclarar el punto que queremos trabajar. El arte ha sido recibido y entendido, dependiendo del período y escuela, como una fuente de conocimiento, parte de un sistema educativo; o como una fuente de expresión colectiva, que deja constancia de sistemas particulares de comprensión global; podría ser también una fuente de placer, un interruptor sensorial o intelectual; ha sido también usado como recurso de expresión personal, de expansión cultural, de unificación popular, de exhibir conocimientos, de manifestar posturas frente a tal o cual hecho, y un largo etcétera. Pero a pesar de haber estado siempre ahí, lado a lado con los demás aspectos en desarrollo de cada sociedad, siempre ha existido una barrera invisible, apenas perceptible, que separa al arte (y a las personas que integran el círculo más cercano a él, ya sean productores, teóricos, críticos, restauradores, etc.) del espectador común, incluso, en muchos casos, de aquel levemente instruido. 
Si bien los artistas que tratan de romper esta barrera han existido largamente, y de los esfuerzos radicales ejecutados durante el siglo XX, pareciera que el arte es cada vez algo más ajeno, más inaccesible para el espectador común. Muchas veces han aparecido juicios como "esto es arte/esto no es arte". Y está bien. El campo del arte, obviando sus bordes difusos y maleables, es capaz de mantener ciertas reglas que permiten integrar o excluir ciertas piezas. Pero lo curioso es que los juicios de lo que es y lo que no es arte vienen análogamente de los círculos provenientes del arte y de los círculos externos a él. ¿Será esto culpa de una deficiencia educativa con respecto a este tema? ¿O será acaso que el arte, más que acercarse al público general, se vuelve cada vez más hermético? Probablemente sean ambas razones (y quizás otras más, en niveles menos generales). Quiero citar aquí unas palabras de Kandinsky que creo que, independientemente de la intención final con las que fueron escritas, ilustran bastante bien una situación más que común en cualquier exposición de arte:
"El lazo que une el arte y el alma se queda medio anestesiado. Pronto, sin embargo, esta situación se venga: el artista y el espectador (que dialogan en el lenguaje del alma) ya no se entienden, y el último vuelve la espalda al primero o le mira como a un ilusionista cuya habilidad y capacidad de la invención admira." (Kandinsky, "De lo espiritual en el arte", 103)

Ahora bien, las palabras de Kandinsky, si bien certeras, podrían, al ojo de un espectador promedio, no concordar con su obra. O bien podrían calzar perfectamente. Lo que hay de bello en ellas (y la razón por las que las escogí) es que parecen dar indicaciones potentes, pero de manera sutil, sin levantar restricciones severas, o, si lo hace, son restricciones difusas, maleables y "legítimamente transgredibles". Y así es, a grandes rasgos, la geografía actual del arte con sus fronteras como espejismos que se escapan cuanto más tratamos de aprehenderlas. Sino, pregúntenle a la historia.
Este fragmento (y otros tantos del texto) deja la balanza más cargada hacia el artista en términos de responsabilidad. Nos dice que el artista debe estar preparado para no sólo captar la atención del espectador, sino también para entregarle algo que pueda interiorizar, procesar y añadir a su bagaje para luego llevárselo consigo, sin importar la índole de la obra. Y nos dice también que el fracaso de este ejercicio delimita irremediablemente la brecha que separa al artista del espectador, tomando la obra un carácter anecdótico en lugar de ser una instancia de contemplación. Sin embargo, esto no quita necesariamente culpa al espectador, ya sea directamente su culpa o algo que arrastre inevitablemente a causa de su educación o de falacias colectivas. ¿Quién no ha juzgado alguna vez una obra solamente por su valor estético, por ejemplo? Yo sí, y estoy seguro de no ser el único (quisiera decir que todos lo han hecho, pero para los efectos de este párrafo me basta con un "casi todos"). Lo hice muchas veces, hasta que aprendí a ver otras cosas. Pero primero tuve que aprender, y sólo he podido hacerlo porque elegí hacerlo, no porque venga como parte del paquete completo de sabiduría popular. No creo que sea acertado quitar toda la culpa de los hombros del espectador, pero adjudicársela entera sería injusto, por decir poco. 



Algunas preguntas para los lectores:

- ¿Qué consideran, a grandes rasgos, que es el arte y cuál es su función (si es que hay alguna)?
- ¿Qué disciplinas conocen y consideran como arte (o cuáles no)?
- ¿Cómo se presenta, según ustedes, el arte frente al público general? ¿Cómo perciben ustedes el arte?


Espero que les haya gustado, que no haya sido muy tedioso, cualquier opinión será bien recibida. Para la próxima quiero usar ejemplos más específicos e imágenes pertinentes. Si tienen alguna sugerencia para próximas ediciones no duden en decirlas, cualquier idea se agradece.
¡Gracias por leer y comentar!


Publicación en deviantart: http://asfodelo.deviantart.com/journal/Sobre-el-arte-y-el-espectador-338529767